Ya lo mencionaba William Shakespeare en su obra de Ricardo III, un rey miserable, lleno de resentimiento, traicionando a su círculo más cercano, déspota y mentiroso, cualquier parecido con la realidad, mera coincidencia. Pero lo cierto es que todo lo que sube termina por bajar y a este rey, el de siglos pasados, no al chiquito de palacio nacional, le llegó su hora en la batalla de Bosworth en 1485. Una batalla que cambiaría la historia.
Como toda gran historia de reyes, sobre si salen en Netflix, el mismo Ricardo comandó su ejército contra las tropas de Eduardo Tudor. Pero también siempre existe un chivo expiatorio, en este caso fue el ayudante que a su vez, llevó el caballo del rey al herrero, con premura por ir a la batalla, pero no contaba con que los clavos no eran de la medida necesaria, sin embargo el ayudante, temeroso de que no cumpliera en tiempo para la batalla, pidió que se hiciera con los que hubiera.
Y pues lo inevitable sucedió, a medio galope el caballo tropezó debido a que una de las herraduras salió volando, dejando al rey tirado a medio campo de batalla. A los pocos instantes se vería rodeado por sus enemigos, a lo que el rey sólo pudo lamentarse, mi reino por un clavo.
Algunos siglos después la historia se repite, ahora no fue un clavo, fue un perno, no fue una herradura, sino una trabe, no fue un caballo sino el metro y no fue un reino o casi, pero ahora lo comanda el rey chiquito de palacio nacional, y lo que pierde pareciera seguir llevando un dominó consigo, aspirantes presidenciales para el 2024, elecciones para alcaldías en la Ciudad de México y quizá, sólo quizá, también le hegemonía que se tenía para morena.
Viva el rey, muera el rey. Justo a la mitad del camino en un gobierno se suele comenzar a buscar al sucesor, se cambian los buenos días señor presidente por menos días, señor presidente. Un legado que no resistirá el juicio de sus propias obras derrumbadas. El Presidente ha tomado decisiones que son caducas incluso antes de ejecutarse y, en la premura por terminar sus obras emblemáticas, ha orillado a las constructoras a los mismos errores que desembocaron en la tragedia de la Línea 12, trabajando a toda prisa y sin un plan maestro.
La pregunta es: ¿está preparado el Presidente de la República para responder por cada uno de los pernos en las otras obras? ¿Podrá dormir tranquilo, sabiendo que su legado podría durar lo mismo que la Línea Dorada? ¿Sabiendo que su obstinación puede causar la muerte a más mexicanos? Mi reino por un perno. La corrupción mata y, tras las prisas del Presidente, al caballo en cualquier momento se le pueden caer las herraduras.
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Marcos Ornelas
@marcosornelasm